Seguramente, ésta será una entrada típica como otras muchas que puedan haberse
escrito tras una reflexión que el autor hace sobre su vida. Llevo más de medio
año con un tema que no consigo hacerlo desaparecer de entre mis pensamientos
y, quizás, le dedico un tiempo inmerecido o me siento demasiado
implicada como para olvidarlo de un día a otro.
Aunque el intento de aislarse para no conocer a nadie estuviera ideado
con la mejor estrategia, la llegada de personas en nuestras vidas es
inevitable. Algunas permanecen para siempre, otras las vemos llegar, esperamos
a que se queden pero acaban yéndose sin poderlo remediar. Pero al final,
siempre quedamos rodeados de los que nos quieren y a quienes queremos.
La confianza es uno de los sentimientos más bonitos
que existen. Saber que en ella se basan los cimientos de una gran amistad es
casi un lujo que pocos se pueden permitir, aunque todos hablen de ella: ignorantes,
al igual que sabios, hay en todas partes, solo que los primeros no saben lo que son.
Sé que necesitaré mucho más tiempo para que esta situación deje de afectarme pero cuando el sentimiento ha sido grande, el vacío que deja es de la misma magnitud, con la diferencia de que duele.
Nada puede volver al momento inicial, dado que unas circunstancias te
llevan a él, y es prácticamente improbable que vuelvan a suceder del mismo modo
y orden- ni siquiera puede repetirse la fecha en que sucede- tendiendo a darlo
por perdido. A veces, tendemos a analizar el error una y otra vez, pensando
en lo que podría haber llegado a ser y no fue, pero llega un momento, y advierto de antemano, que
cualquier solución es inútil.
Cuando se comparten más que unas simples palabras, cuando las
connotaciones solo pueden saberse en nuestro propio entorno: aíslate.
Puedes irte con esa persona lejos; nunca estarás sólo. No dejaréis que el uno
vaya sin el otro. Reiréis siempre sin motivo pero con todas las ganas. Los
ánimos nunca estarán de más y ni las lágrimas de menos, sin embargo, aun así, no
cometáis el error de darlo por eterno: el simple hecho de que necesitamos más
de una vida -morir- para conocernos a nosotros mismos, nos hace conscientes de
que no podría suceder algo así.
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El mañana es tan incierto como una promesa de hoy. |
Ahora es cuando echo de menos todo: los planes que hicimos, los
momentos que vivimos y los secretos que compartimos. Cuando una
amistad es tan grande, solo quedan momentos buenos. Los malos están solo para
recordarnos que hubo algo mejor.
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